miércoles, 19 de septiembre de 2007

"Todos ustedes, zombies!" (Robert Heinlein)

22.17 horas Zona temporal 5.7 de noviembre de 1970. Nueva York. Bar de Pop.

Yo lustraba una copa de coñac cuando entró la madre soltera. Anoté la hora: las 22.17, zona cinco, tiempo del Este, 7 de noviembre de 1970. Los agentes temporales siempre apuntamos la fecha y la hora. Es una norma. La madre soltera era un hombre de veinticinco años, no más alto que yo, de cara infantil y temperamento quisquilloso. No me gustaba su aspecto (nunca me gustó) pero yo había venido aquí para reclutarlo. Le obsequié mi mejor sonrisa de mostrador. Tal vez soy demasiado severo.
No era afeminado. Lo llamaban así porque cuando algún entrometido le preguntaba su profesión, el hombre decía a veces:
- Soy una madre soltera. - Y si estaba de buen humor continuaba: -A cuatro centavos por palabra. Escribo historias confidenciales para revistas de mujeres.
Pero si estaba de mal humor, se quedaba esperando que alguien hiciese alguna broma. En la pelea cuerpo a cuerpo era más peligroso que un policía femenino. Este era uno de los motivos por los que yo lo necesitaba. No el único.
Esta noche venía bastante bebido, y parecía detestar a la gente más que de costumbre. Silenciosamente le serví una ración doble de aguardiente, y dejé la botella. Bebió y se sirvió otro vaso.
Pasé el trapo por el mostrador.
-¿Cómo anda el negocio de la madre soltera?
El hombre apretó el vaso. Pensé que me lo iba a tirar a la cara, y tanteé debajo del mostrador en busca de la cachiporra. Hay tantos factores, en el campo de la manipulación temporal, que no es posible correr riesgos.
Advertí en la cara del hombre una fracción infinitesimal de distensión. Ese índice que uno aprende a detectar en la escuela.
- Lo siento - dije -. Sólo quise preguntar cómo andan los negocios. Imagine que le pregunté qué tal está el tiempo.
Me miró, amargado.
- Oh, los negocios andan bien. Yo las escribo, ellos las publican, yo como.
Me serví un trago y me incliné hacia él.
- Para decirle la verdad - comenté -, usted escribe bien. He leído algunas de esas historias. Es asombroso cómo ha captado usted el punto de vista femenino.
Este era un desliz que yo debía arriesgar: él nunca me había dicho qué seudónimos usaba. Pero estaba tan irritado, que sólo retuvo mis palabras finales.
-¡El punto de vista femenino! - repitió, bufando -. Si, ya lo creo que conozco ese punto de vista.
-¿Sí? - murmuré, vagamente - ¿hermanas?
No. Usted no me creerla, si le contara.
- Vamos, vamos - repuse suavemente -, los barmen y los psiquiatras saben que nada es más extraño que la verdad. Mire, hijo mío, si usted oyera las historias oigo yo… bueno, se haría rico. Es increíble.
- Usted no sabe lo que significa “increíble”.
-¿De veras? Pues a mi nada asombra.
La madre soltera resopló o vez.
-¿Quiere apostar lo que queda de la botella?
- Le apostaré una botella entera - dije, y la puse en el mostrador.
Hice señas al otro barman - que se ocupara del negocio. Estabamos en la punta del mostrador, un lugar para un solo banquillo que yo convertía en refugio privado colocando sobre el mostrador frascos con huevos conserva y cosas por el estilo. En la otra punta había unos parroquianos mirando el boxeo, en la pantalla del televisor, y alguien hacía sonar la juke-box.
- Muy bien - dijo la madre soltera -, soy un bastardo.
- Eso no es una ninguna distinción aquí - señalé.
- Lo digo en serio - replicó. Mis padres no estaban casados.
- Ninguna novedad. Los míos tampoco.
- Cuando… - La madre soltera se interrumpió y por primera vez desde que lo conocía, me miró con cierta amabilidad -. ¿En serio?
Por supuesto. Soy bastardo cien por cien. En realidad - agregué, nadie se casa en mi familia Todos bastardos.
¿Y eso?
Oh esto. - Se lo mostré. - Parece un anillo de compromiso. Es para ahuyentar a las mujeres.
Era un a vieja sortija que compré en 1985 a un colega, que la había traído de la Creta pre-cristiana.
- La serpiente Uroboros - expliqué -, la Serpiente del Mundo que se muerde eternamente la cola. Un símbolo de la Gran Paradoja.
- Pero él apenas lo miró.
- Si usted es realmente un bastardo, sabe cómo se siente uno. Cuando yo era todavía una chiquilla…
-¡Epa! - lo interrumpí -. ¿Le oí bien?
-¿Quién cuenta esta historia?
Cuando yo era una chiquilla… Oiga, ¿nunca oyó hablar de Christine Jorgenson? ¿O de Roberta Cowell?
- Ajá, esos casos de cambio de sexo. ¿Pero usted pretende hacerme creer…?
- Vea, si me interrumpe, no hablo. A mí me dejaron en un orfanato de Cleveland, en 1945, cuando tenía un mes de edad. Después, de chica, empecé a envidiar a los niños que tenían padres. Más tarde, cuando me enteré de las cosas del sexo… y créame Pop, que se aprende rápido en un orfanato…
- Ya sé.
-…juré solemnemente que un hijo mío tendría padre y madre. Esa idea me mantuvo “pura”, cosa que era una hazaña en ese medio… Para conseguirlo, debí aprender a pelear. Después fui creciendo, y comprendí que tenía muy pocas posibilidades de casarme… por los mismos motivos por los que nadie me habla adoptado. - Hizo una mueca. - Tenía cara de caballo, dientes largos de chivo, pecho chato y pelo de cepillo.
- No parece mucho más feo que yo.
-¿A quién le importa si un barman es feo? ¿O un escritor? Pero la gente que quiere adoptar un niño, elige esos gansos de ojos azules y cabellos de oro. Más tarde, los muchachos deben tener un tórax fornido, una cara simpática y esa actitud-tan-maravillosamente-masculina… - La madre soltera se encogió de hombros.- Yo no podía competir. Decidí incorporarme a la W.E.N.C.H.E.S.
-¿Eh?
- Es la sigla de la Sección Hospitalidad y Entretenimiento del Cuerpo Nacional de Emergencia Femenino. La llaman ahora Angeles del Espacio. A.N.G.E.L. Grupo Auxiliar de Protección de las Legiones Extraterrestres.
Reconocí ambas denominaciones, cuando las ubiqué en el tiempo. Nosotros usamos todavía una tercera sigla: W.H.O.R.E., que significa Hospitalaria Orden Femenina para Alentar y Fortificar Cosmonautas , y designa a ese servicio militar de elite. El cambio de vocabulario es el peor obstáculo en los saltos por el tiempo… ¿Sabían ustedes que “estación de servicio” significó en una época un dispensario de fracciones de petróleo? Una vez, cuando yo cumplía una misión en la Era Churchill, una mujer me dijo: “Lo espero en la estación de servicio vecina”; pero una estación de servicio (en ese entonces ) no tenía una cama.
La madre soltera continuó:
- Fue entonces cuando se admitió, por primera vez, que era imposible enviar hombres solos al espacio durante meses y años. Había que aliviarles la tensión. ¿Recuerda cómo protestaron los puritanos? Bueno, eso me favoreció, ya que al principio no abundaban las voluntarias. Una muchacha debía ser respetable, preferiblemente virgen (querían adiestrarías a partir de cero), de un nivel mental superior al medio, y emocionalmente estable. Pero la mayoría de las voluntarias eran viejas busconas, o neuróticas que perderían la chaveta diez días después de salir de la Tierra. En consecuencia, yo no necesitaba ser bonita; si me aceptaban, me arreglarían los dientes de chivo, me ondularían el pelo, me enseñarían a caminar y a bailar, a escuchar a un hombre con expresión agradable, y todo lo demás… sin contar el adiestramiento para los deberes fundamentales. Si era necesario hasta me harían la cirugía estética… Ningún esfuerzo era excesivo, tratándose de Nuestros Muchachos.
“Más aún, nos evitaban los embarazos… y al término del contrato, era casi seguro que una se casaba. Lo mismo ocurre hoy: los Angeles del Espacio se casan con los cosmonautas. Hablan el mismo idioma.
“A los dieciocho años, me colocaron como auxiliar de casa de familia. La familia en cuestión quería una sirvienta barata, simplemente; pero a mí no me importaba. No podía alistarme hasta cumplir veintiuno. Hacía las tareas de la casa y asistía a la escuela nocturna. Fingía estudiar taquigrafía y dactilografía, pero en realidad iba a los cursos de atractivo personal.
“Fue entonces cuando conocí a ese farsante, con sus billetes de cien dólares. - La madre soltera torció la cara. - Un inservible, aunque realmente tenía un fajo de billetes de cien. Me mostró uno una noche, y me lo ofreció.
“Pero yo no lo acepté. El hombre me gustaba. Era el primero que se mostraba amable conmigo sin intentar otros juegos. Abandoné la escuela nocturna para verlo más seguido. Fue la época más feliz de mi vida.
“Entonces, una noche en el parque, empezaron los juegos.
La madre soltera calló.
¿Y después? - pregunté.
Y después, ¡nada !. Nunca volví a verlo. Me acompañó a casa, me dijo que me quería, se despidió con un beso y un buenas noches, y no lo vi más. Si pudiera encontrarlo concluyó la madre soltera con acento lúgubre, ¡lo mataría!
- Bueno - me condolí -, comprendo cómo se siente. Pero matarlo… nada más que por… Hum. ¿Usted le ofreció resistencia?
¿Qué? ¿Y eso qué tiene que ver?
Mucho. Tal vez se merezca Y un par de costillas rotas, pero…
-¡Merece algo mucho peor! Espere a que termine de contarle. Me las arreglé para que nadie sospechara, y me consolé diciéndome que todo era para bien; que realmente no lo había querido y que probablemente nunca querría a nadie. Estaba más ansiosa que nunca por ingresar en la W E N.H.E.S. No había quedado descalificada, pues ellos no insistían demasiado en la cuestión de la virginidad. Me reanimé.
“Sólo cuando las faldas empezaron a apretarme, comprendí.
¿Embarazada?
Como una vaca. Y esos avaros que me habían empleado se hicieron los tontos mientras pude trabajar. Después me sacaron a patadas, y el orfanato no quiso recibirme otra vez. Terminé en un hospital de caridad, rodeada por otros grandes bombos y trotacalles hasta que me llegó el momento.
“Una noche me encontré en una mesa de operaciones, con una enfermera que decía: ‘Relájese. Ahora respire hondo.’
“Me desperté en la cama, paralizada del pecho para abajo. Cuando entró el cirujano, me preguntó, muy contento:
“-¿Qué tal, cómo se siente?
“- Como una momia.
“- Natural. Está fajada como una momia, y llena de anestésico. Va a salir bien, pero una cesárea no es un chiste.
“- Una cesárea - repetí -. Doctor… ¿perdí el bebé?
“- Oh, no. Su bebé está perfectamente.
“- Ah. ¿Varón o nena?
“- Una sanísima mujercita, de veras. Cinco libras, tres onzas.
“Me tranquilicé. Ya era algo; haber hecho un bebé. Me iría a cualquier parte - pensé -, agregaría ’señora’ a mi apellido y dejaría que la niña pensara que su padre había muerto… Mí hija no terminaría en un orfanato.
“Pero el cirujano seguía hablando:
“- Dígame, este… - evitó pronunciar mi nombre -. ¿Alguna vez observó que su sistema glandular es… extraño?
“-¿Qué? - respondí -. Por supuesto que no. ¿Qué quiere decir?
“El hombre vacilaba.
“- Se lo diré en una sola dosis. Luego una inyección, para que se duerma y se le pasen los nervios.
“-¿Nervios? ¿Por qué?
“-¿Alguna vez oyó hablar de ese médico escocés que fue mujer hasta los treinta y cinco años? Después se operó, y fue un hombre, desde el punto de vista medico y legal. Se casó. Todo perfecto.
“- Y eso, ¿qué tiene que ver conmigo?
“- Es lo que estoy tratando de explicarle. Usted es un hombre.
“Quise enderezarme.
“-¿Qué?
“- Calma. Cuando la abrí, me encontré con todo un espectáculo. Llamé al cirujano jefe, mientras yo sacaba al niño; después, con usted todavía en la mesa, celebramos una consulta… y trabajamos durante horas para salvar lo que se podía salvar. Usted tenía dos series completas de órganos, ambas inmaduras; pero la serie femenina estaba bastante desarrollada como para permitirle tener un bebé. Esos órganos, sin embargo9 ya no podían servirle de nada, así que los extirpamos y reordenamos las cosas, para que pueda desarrollarse adecuadamente como hombre. - Me puso una mano en el hombro.- No se preocupe. Es usted joven, los huesos se le readaptarán, le vigilaremos el equilibrio glandular… y haremos de usted un hermoso ejemplar masculino.
“Me eché a llorar. “-¿Y mi hija?
“Bueno” no podrá amamantarla, no tiene bastante leche. En su lugar, yo ni siquiera la vería, Le buscaría unos padres adoptivos.
“-¡No!
“El médico se encogió de hombros.
“- Usted decide. Es usted la madre, bueno… el padre. Pero ahora no se preocupe. Lo primero es recuperarse.
“Al día siguiente me dejaron ver a la niña, y seguí viéndola diariamente, tratando de acostumbrarme a ella. Nunca habla visto un recién nacido, y no imaginaba qué feos son… Mi hija, parecía un monito anaranjado. Mis sentimientos se convirtieron en la firme decisión de protegerla. Pero cuatro semanas más tarde, eso no significaba nada.
-¿Cómo?
- La secuestraron.
-¿La secuestraron?
La madre soltera estuvo a punto de voltear la botella.
- La raptaron. ¡La robaron de la enfermería del hospital! - La madre soltera respiraba con dificultad.- Y así me quitaron la última razón de mi vida.
- Feo asunto - admití -. Tome otro. No, mejor no. ¿Ninguna pista?
- La policía no descubrió nada. Alguien había ido a verla, diciendo que era el tío. En un descuido de la enfermera, se la llevó.
-¿Y el secuestrador cómo era?
Un hombre corriente, con una cara en forma de cara, como la suya o la mía, - La madre soltera frunció el ceño. - Creo que era el padre. La enfermera juró que era un hombre de más edad, probablemente se había maquillado. ¿Quién, sino él, podía robarme la criatura? Las mujeres sin hijos suelen hacer esas cosas, quién iba a decir que un hombre….
¿Qué pasó después?
- Estuve once meses más en ese horrible lugar. Me operaron tres veces A los cuatro meses empezó crecerme la barba. Antes de salir ya me afeitaba todos los días…y evidentemente era un hombre. - La madre soltera sonrió ácidamente. - Empezaba a mirarles las piernas a las enfermeras.
Bueno - admití -, me parece la cosa salió bastante bien. Se ha convertido en un hombre normal, gana bastante dinero, no. Problemas. Además, la vida de la mujer no es fácil.
La madre soltera me miró con furia.
-¡Qué sabrá usted! ¿Por qué lo dice?
¿Alguna vez oyó esa expresión, “una mujer arruinada”?
- Hum, hace años. Ya no significa mucho.
- Pues yo estaba tan arruinado puede estarlo una mujer. Ese canalla me arruinó realmente la vida. Yo ya no era una mujer, y no sabía cómo ser un hombre.
¡Supongo que es cuestión de costumbre!
- Usted no tiene la menor idea.
No hablo de aprender a vestirme, o de no equivocarse de baño en un restaurante. Todo eso lo aprendí en el hospital. ¿Pero c6mo podía vivir? ¿En qué me emplearía? Diablos, ni4siquiera sabía conducir un automóvil. No conocía un oficio, no podía hacer ningún trabajo manual: demasiado tejido cicatrizante, demasiado tierno.
“Detestaba a aquel individuo, además, por haberme quitado esa posibilidad de ingresar en la W.E.N.C.H.E.5 Pero sólo; comprendí cuánto lo odiaba cuando quise entrar en el Cuerpo Espacial. Un simple vistazo a. mi abdomen y me declararon inepto para el servicio militar. El oficial médico dedicó un buen rato, sin embargo, a examinarme. Por simple curiosidad. Ya había leído mi historial.
“Entonces cambié de nombre y vine a Nueva York. Me coloqué de ayudante de cocina en un restaurante. Después alquilé una máquina de escribir y me instalé como taquígrafo público…. ¡Qué risa! En cuatro meses dactilografié cuatro cartas y un manuscrito. El manuscrito era un cuento para Historias de la Vida Real Un desperdicio de papel. Pero el pelma que lo escribió, consiguió venderlo. Eso me dio una idea. Compré una pila de revistas para mujeres y las estudié.
“Y ya sabe usted cómo he conseguido ese acertado punto de vista femenino en mi serie sobre las madres solteras. Mediante la única versión que no he vendido: la auténtica. ¿Me gané la botella?
La empujé hacia él. Me sentía bastante trastornado, pero habla que trabajar.
- Hijo mío, ¿todavía tiene ganas de echarle el guante a ese tal por cual?
Los ojos se le iluminaron con un brillo de fiera.
-¡Un momento! - exclamé -. ¿No lo mataría?
Soltó una risa maligna.
- Póngame a prueba.
- Calma. Sé más sobre ese asunto de lo que usted imagina. Puedo ayudarlo. Sé dónde está.
Tendió la mano por encima del mostrador.
-¿Dónde está?
- Suélteme la camisa, hijo, o aterrizará en el callejón y tendremos que decirle a la policía que se ha desmayado.
La madre soltera me soltó.
- Lo siento. Pero ¿dónde, está?
- Me miró.- ¿Y cómo sabe tanto?
- Todo a su tiempo. Hay ficheros, constancias: constancias del hospital, del orfanato, constancias médicas. La directora del orfanato era la señora Fetherage, ¿correcto? Y después vino la señora Greunstein, ¿correcto? Y cuando usted era niña la llamaban Jane, ¿correcto? Y usted no me dijo nada de esto, ¿correcto?
El hombre estaba desconcertado, asustado quizá.
-¿Qué pasa? ¿Está tratando de meterme en dificultades?
- En absoluto. Sólo quiero su felicidad. Puedo poner a ese sujeto entre sus manos. Usted hace con él lo que le parezca… sin consecuencias. Pero creo que no lo matará. Tendría que estar loco para matarlo… y usted no está loco. No del todo.
- Menos charla. ¿Dónde está? Le serví un trago, chico. Estaba borracho, pero la ira equilibraba las cosas.
- No tan rápido. Yo le hago un favor. Usted me hace un favor.
- Ajá… ¿Qué?
-A usted no le gusta su trabajo. ¿Qué diría si yo le ofreciera un empleo con un gran sueldo, estabilidad asegurada, carta blanca en los gastos, usted su propio jefe, y pilas de aventuras y diversión?
El hombre me miró, boquiabierto.
- Diría: “¡Saquen eso malditos elefantes de la terraza!” Acabemos, Pop. Ese empleo no existe.
- Muy bien, digamos así, entonces: yo le entrego el hombre, usted le arregla las cuentas, después prueba el trabajo que le ofrezco. Si no es como se lo pinto, no pasó nada.
El otro vacilaba. El último trago lo decidió.
-¿Cuándo me lo entrega? — dijo con voz pastosa.
- Sí está de acuerdo… ¡ahora mismo!
El hombre extendió la mano.
-¡Trato hecho!
Le hice una seña a mi ayudante para que vigilara las dos puntas del mostrador, tomé nota de la hora -23.00, y cuando atravesaba la puertita debajo del mostrador, la juke-box empezó a chillar los compases de Soy mi abuelo. El hombre de servicio tenía orden de poner sólo clásicos del folklore americano, porque yo no aguantaba “música” de 1970. Pero yo ignoraba que esa grabación se hubiera infiltrado. Así que grité:
¡Apaga eso! ¡Devuélvele el dinero al cliente! - y agregué:
- Voy al depósito. Vuelvo enseguida.
Y allá fui, seguido por la madre soltera.
El depósito estaba al fondo del pasillo, más allá de los baños. Solo el encargado de día y yo teníamos la llave de la puerta metálica. Adentro, había otra habitación, y sólo yo tenía la llave. Entramos ahí.
La madre soltera miró borrosamente a su alrededor y no vio mas que paredes sin ventanas.
¿Dónde está?
- Enseguida viene.
Abrí un estuche. No había otra cosa en el cuarto: un modulador coordenadas portátil U.S.F.F., serie 1992, modelo II. Una hermosura, sin piezas móviles, veintitrés kilogramos totalmente cargado. Parecía una inocente valija. Unas horas antes yo lo había puesto a punto; ahora lo único debía hacer era quitar la red metálica que limita el campo de transformación. Y lo hice.
¿Qué es eso? - preguntó.
- Una máquina del tiempo - respondí y con un movimiento rápido lancé la red sobre nosotros.
-¡Eh! - gritó la madre soltera, retrocediendo.
Es una técnica: hay que lanzar la red de modo que el sujeto retroceda instintivamente hasta chocar con la malla de metal. Luego uno cierra la red y ambos quedamos completamente adentro. De lo contrario, uno puede dejar detrás la suela de un zapato, o la punta de un pie. Pero ése es el único arte que el procedimiento exige. Algunos agentes introducen al sujeto en la red con engaños; yo digo la verdad y uso ese instante de total asombro para mover la palanca. Moví la palanca.


10.30 horas Zona temporal 6.3 de abril de 1963. Cleveland Ohio. Edificio Apex.

-¡Eh! - repitió el hombre -. ¡Sáqueme esto de encima!
- Lo siento - me disculpé, sacando la red y guardándola en la valija -. Usted dijo que quería encontrarlo.
- Pero… ¡Usted me dijo que era una máquina del tiempo!
Señalé el paisaje que se veía por la ventana.
-¿Le parece que estamos en noviembre? ¿Y en Nueva York?
Mientras él observaba, estupefacto, los pimpollos nuevos y el cielo primaveral, reabrí el estuche, saqué un fajo de billetes de cien dólares y miré si la numeración y la firma eran compatibles con 1963. Al Servicio Temporal no le importa lo que uno gaste (no cuesta nada), pero le desagradan los anacronismos innecesarios. Si uno comete demasiados errores, un tribunal militar puede exiliarlo por un año en una época particularmente desagradable, 1974 por ejemplo, con su estricto racionamiento y sus trabajos forzados. Yo jamás cometo tales errores. El dinero era perfecto.
La madre soltera dio media vuelta y preguntó:
-¿Qué ha pasado?
- El hombre está ahí, afuera. Aquí tiene dinero para los gastos.
- Le di el fajo y añadí:- Ajuste sus cuentas, después yo lo recogeré.
Los billetes de cien dólares tienen un efecto hipnótico en la gente que los ve poco. Seguía pasándolos de a uno, con el pulgar incrédulo, cuando lo empujé al vestíbulo, y cerré la puerta por dentro. El próximo salto en el tiempo era fácil, un pequeño desplazamiento dentro de la misma era.


17.00 horas Zona temporal 6.10 de marzo de 1964. Cleveland. Edificio Apex.

Habían echado por debajo de la puerta un aviso que decía que el contrato de mi alquiler expiraba la semana próxima; salvo ese detalle, el cuarto tenía el mismo aspecto que un momento antes. Afuera, los árboles estaban pelados. Amenazaba nevar. Me di prisa, demorándome apenas lo suficiente para recoger dinero contemporáneo, además de una chaqueta, un sombrero y un abrigo que habla dejada cuando alquilé la habitación. Contraté un automóvil y fui al hospital. Tardé veinte minutos en aburrir lo suficiente a la enfermera de la enfermería como para poder llevarme la criatura sin que nadie me viera. Regresamos al edificio Apex. Este salto fue más complicado, pues el edificio no existía aun en 1945. Pero lo habla calculado de antemano.


01.00 horas Zona temporal 6.20 de setiembre de 1945. Cleveland. Hotel Skyview.

El equipo portátil, el bebé y yo llegamos a un hotel de las afueras de la ciudad. Previamente yo me había registrado como Gregory Johnson. Procedencia: Warren, Ohio. La habitación tenía las cortinas corridas, las ventanas cerradas y las puertas atrancadas. El piso estaba libre de obstáculos, como precaución contra las oscilaciones mientras la máquina busca una época determinada. Una silla que está donde no debe estar puede golpearlo a uno seriamente, no la silla desde luego, sino la descarga retroactiva del campo.
No hubo problemas. Jane dormía pacíficamente. La saqué, la puse en una caja de cartón sobre el asiento de un automóvil que había alquilado previamente, la llevé al orfanato, la dejé en la escalinata, recorrí dos cuadras hasta llegar a una “estación de servicio” (de las que vendían subproductos del petróleo) y telefoneé al orfanato. Después volví, a tiempo para ver cómo llevaban adentro la caja de cartón. Abandoné el automóvil cerca del motel, fui hasta él caminando, y entré al edificio Apex en el año 1963.


22.00 horas Zona temporal 6.24 abril de 1963. Cleveland. Edificio Apex.

Yo había calculado el tiempo con gran precisión. Si no me equivocaba Jane estaba descubriendo en el parque, en esa perfumada noche primaveral, que no era una chica tan “decente” como había creído. Tomé un taxi, me hice llevar a la casa de sus patrones, y ordené al conductor esperase a la vuelta de la esquina, mientras yo me agazapaba en las sombras.
De pronto los vi venir por la calle, tomados del brazo. El hombre la llevó hasta el porche, la besó largamente, más largamente lo que yo había imaginado. Después ella entró. El hombre vino caminando por la acera, dobló la esquina. Me acerqué y lo tomé del brazo.
Muy bien, hijo - le anuncié voz baja - He vuelto para recogerlo. -¡Usted! - exclamó, conteniendo la respiración.
- Yo. Ahora ya sabe quién es el otro, y si piensa un poco, sabrá quién es usted.. - y si piensa bastante, adivinará quien es el bebé… y quién soy yo.
El otro no contestó. Estaba demasiado aturdido. Es impresionante cuando a uno le demuestran que no puede resistir la tentación de seducirse a sí mismo. Lo llevé al edificio Apex y dimos un nuevo salto.


23.00 horas Zona 7.12 de agosto de 1985. Base de los Rocallosos.

Desperté al sargento de guardia, le mostré mi tarjeta de identificación, le ordené que pusiera a mi acompañante en la cama, le diera una píldora tranquilizante y lo reclutara a la mañana siguiente. El sargento estaba de mal talante, pero la jerarquía es la jerarquía, en cualquier época. De modo que obedeció, pensando, sin duda, que la próxima vez que nos encontráramos él podría ser el coronel y yo el sargento. Cosa que, efectivamente, puede suceder en nuestro servicio.
-¿Qué nombre? - preguntó
Se lo escribí. El sargento enarcó las cejas.
- Sí ¿eh? Hum…
- Limítese a hacer su trabajo, sargento. - Me volví a mi acompañante. - Hijo, sus pesares ‘han terminado. Está por iniciarse en el mejor empleo que un hombre puede tener Y andará bien. Yo sé.
-¡De eso puede estar seguro! - corroboró el sargento -. Míreme a mi nacido en 1917, y todavía ando por aquí, todavía soy joven, todavía disfruto de la vida.
Regresé a la oficina de desplazamientos, y ajusté todos los mecanismos a cero.


23.01 horas Zona 5.7 de noviembre de 1970. Nueva York. Bar de Pop.

Salí del depósito con una botella para justificar el minuto de ausencia. Mi ayudante discutía con el parroquiano que quería oír Soy mi propio abuelo. Le dije:
- Oh, déjalo que lo escuche. Después desenchufa el aparato.
Me sentía muy cansado.
El trabajo es duro, pero alguien debe hacerlo. Luego del Error de 1972, es difícil reclutar a alguien. No hay nada mejor que seleccionar a aquellos que se sienten desdichados donde están, y ofrecerles un trabajo interesante y bien pagado (aunque peligroso), para servir a una causa necesaria. Todo el mundo sabe ahora por qué fracasó la guerra de 1963. La bomba de Nueva York no estalló nunca, un centenar de otras cosas no ocurrieron como habían sido planeadas… todo gracias a gente como yo.
Pero el Error de 1972, no. No intervenimos. Y no puede ser reparado; no hay aquí ninguna paradoja. Una cosa es, o no es, ahora y para siempre, amén. Pero no habrá otro error semejante; una orden fechada en 1992 tiene prioridad en cualquier año.
Cerré el bar cinco minutos antes de lo habitual, dejando en la caja registradora una carta donde le explicaba al encargado de día que aceptaba su ofrecimiento de comprar mi parte, y que se entrevistara con mi abogado, puesto que yo me tomaba unas largas vacaciones. El Servicio cobraría o no mi participación, pero no quiere que se dejen cabos sueltos. Bajé al cuartito del depósito y salté a 1993.



22.00 horas Zona 7.12 de enero de 1993. Cuartel General Anexo, Servicio Temporal Rocallosos.

Me presenté al oficial de guardia y fui a mi cuarto con la intención de dormir una semana. Me había traído la botella que habíamos apostado (al fin y al cabo, la gané) y tomé un trago antes de escribir mi informe. El aguardiente tenía un gusto desagradable; me pregunté por qué me habría gustado alguna vez. Pero era mejor que nada: no me gusta estar completamente sobrio, pienso demasiado. Pero tampoco vivo pegado a la botella.
Dicté mi informe: cuarenta reclutamientos aprobados por el Departamento Psicológico, incluyendo el mío, que sería aprobado, sin duda. Pues yo estaba aquí, ¿no? Luego grabé una cinta pidiendo que me pasaran al cuerpo operativo; estaba harto de reclutamientos. Metí las dos grabaciones en la ranura y luego me acosté.
Mi mirada se posó en el cartelito con las Máximas del Tiempo, a los pies de mi cama:
Nunca dejes para ayer lo que puedes hacer mañana
Si al fin triunfas, no lo intentes otra vez
Una puntada a tiempo salva nueve billones
Las paradojas pueden ser paradoctoradas
Es más temprano de lo que piensas
Los antepasados son solo gente
Hasta el mismo Júpiter cabecea
Ya no me entusiasmaban tanto cuando era recluta; treinta años-subjetivos de saltos en el tiempo lo gastan a uno. Me desvestí y me miré el abdomen. Una cesárea deja una gran cicatriz, pero soy tan peludo ahora que no la veo, salvo que la busque.
Entonces eché un vistazo al anillo que llevo en el dedo.
La serpiente que se muerde eternamente la cola. - - Yo sé de dónde he venido - pero ¿de dónde han venido todos ustedes, zombies?
Sentía la inminencia de un dolor de cabeza, pero nunca tomo analgésicos. Una vez tomé.. - y todos ustedes se fueron.
Así que me metí en la cama y apagué la luz.
Ustedes no. Están ahí, realmente. Sólo yo estoy, no hay nadie sino yo - Jane - sola aquí en la oscuridad.
Los extraño tanto.

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